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Nuestro
entorno está lleno de fuentes de luminosidad, tanto de
luz natural como de artificial. Un ambiente rico de estímulos
ofrece al niño muchas posibilidades de establecer interacciones
con el mundo que le rodea, facilitando el desarrollo de sus
capacidades.
Así
pues, dar un tratamiento pedagógico a la luz, significa
dar a los niños una lupa de gran aumento para mirar,
encontrar, y tomar conciencia de los pequeños detalles
de las cosas, significa permitirles que impregnen su retina
con las posibilidades lúdicas que ofrece la luz: sus
reflejos, descomposiciones, proyecciones, transparencias...
los mil juegos con la combinación luz-sombra, etc.
Quiere decir ofrecer a los niños, al igual que los
pintores impresionistas, la posibilidad de capturar la luz
del instante, variable, fugaz, irrepetible. Significa facilitarles
el descubrimiento y la seducción de un mundo que a
la vez es real, rico de fenómenos naturales y de hechos
que son una parte de la herencia de nuestra cultura, y mágico,
lleno de creatividad y de evolución.
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