HABLEMOS DE LAS CALABAZAS
Artículo de la revista In-fàn-ci-a, número . Diciembre 2000.

El encuentro era a las diez de la mañana del sábado 21 de octubre de 2000, en el parque de Can Sostres de Torrelles de Llobregat. Se habían pronosticado lluvias intensas. Media hora antes, empezaron a llegar coches. Cerca de un centenar de maestras de escuela cuna, parvulario y otras de formación profesional, alegres de reencontrarse, tras año tras año se reunían para compartir un tiempo, unas inquietudes, unos intereses, y hablar sobre como se puede mejorar el trabajo de cada día con los niños. Eran maestras muy jóvenes y también maestras mayores que venían de Tarragona, Menorca, el Maresme, Osona, el Garraf, el Vallès, el Barcelonès y Girona.
Unas habían madrugado mucho, otras no tanto, alguna apenas había dormido una hora, pero todo el mundo estaba atento a escuchar, ver, descubrir, qué se podía decir de las calabazas. El itinerario se inició en una sala de Can Sostres, que, con la transparencia de su espacio, mostraba generosa las diferentes gamas de colores de las hojas de los árboles del parque. En plena sintonía con aquel contexto, la alcaldesa de Torrelles dio la bienvenida al grupo y Carme Cols expuso el programa de trabajo.
Un programa para hablar de calabazas y pedagogía a la vez, estructurado en cuatro tiempos: la relación con quien conoce bien las calabazas, un labrador; la visita a Cal Simon, unas maestras; la visita a la escuela cuna, una institución; y el contacto con el lugar que las produce, un huerto.

Primer tiempo, relación con el campesinado
Hacía más gozo que una parada de la Boqueria, la que el labrador y su familia habían preparado para la ocasión. Junto a las hileras de calabazas de medidas, colores y usos diferentes, podíamos probar los pasteles golosos y confituras que unas sabias manos nos habían preparado.
La fecha del encuentro había sido decidida de acuerdo con la cosecha, pero este año en Jaume, labrador del Prat, nos explicó que había estado más bien mala y que la producción era muy limitada, tanto en diversidad como en calidad. Nos habló de las muchas variedades de calabazas y de las diversas aplicaciones que pueden tener: las de comer, las de estropajo, para contener, para hacer música. En la conversación, el oficio y la poesía se imbricaban y, despacio, fuimos entrando en el conocimiento de este fruto de algunas plantas brionàcies, cada una con su uso y su nombre.

Segundo tiempo, relación con la pedagogía
En el pueblo, Cal Simon había abierto sus puertas de par en par para que pudiéramos conocer las calabazas desde otro punto de vista, el del trabajo del maestro, el de las múltiples actividades que tiene un fruto como la calabaza , tanto a la escuela como el parvulario.
Todo el mundo en vano poder hablar, tanto en pequeños grupos como todos juntos. Los comentarios y la sorpresa se encadenaban, podías ver todo el mundo embobado mirando, hablando y pensando sobre lo qué se mostraba. Nos dimos cuenta que era posible hablar desde su uso popular, culinario o, incluso, medicinal, hasta la anchísima variedad existente y el nombre que recibe en cada comarca; y, así, descubrimos que aquella no la habíamos visto nunca, o que aquella que uno conocía no estava y que la traería. Hablando, nos dimos cuenta que, del mismo modo que hablan las flores, parecía que las calabazas también decían cosas, por ejemplo la negativa en los enamoramientos o los malos resultados en los estudios.
Pero, como es lógico en un encuentro así, se trataba de hablar de pedagogía y de la pedagogía de estas primeras edades, las calabazas son una provocación. Se nos mostraban recursos con calabazas, convertidas en títeres, móviles, instrumentos musicales, hasta las que se secan para dejarlas tal como son, con sus colores, formas y texturas.
Más allá de las muchas ideas que vimos o que aparecían a mediad que íbamos hablando, descubrimos como las paredes y los rincones de Cal Simon mostraban una manera de entender la escuela y hacer pedagogía. Sustentando la buena relación que se produjo, hubo una esmerada preparación de los espacios, tiempos y personas.
En cada espacio, se mostró un tipo u otro de calabazas junto a su utilización, la manera de trabajarlas, las herramientas y técnicas necesarias, y una amplia documentación con imágenes de como trabajan los niños. El espacio también hablaba de la apertura que debe tener la escuela, de la necesidad de acoger dignamente aquello que los otras personas pueden aportar y, así, nada más entrarr, encontramos unas mesas preparadas para recoger las aportaciones de los visitantes sobre el tema.
Como casi siempre, los tiempos, aunque previstos, resultaron muy densos, y esto obligó la mayoría a prescindir de la visita al huerto. Pero eso uede servir de excusa para volver otro día. Esto quizás nos debería hacer pensar que, para experimentar, compartir, descubrir, aprender, hace falta tiempo.
Un equipo de personas estaba a cargo de la organización, amable, acogedor. Garantía de que todo se produjera con la naturalidad y tranquilidad necesarias, desde el responsable de recoger las tortas al horno, de grabar en vídeo y documentar con imágenes toda la actividad para llenar de contenido aquel día la página www.elsafareig.org, hasta quien escuchaba y acogía las preguntas y los comentarios de los visitantes.

Tercero tiempo, relación con la escuela
Con una cálida y generosa acogida, todo el equipo de la escuela cuna de Torrelles abrió sus puertas al numeroso grupo de visitantes. Allí pudimos ver un proyecto actual, resultado de un largo proceso histórico. Es muy interesante poder escuchar la historia de una institución que, en buena parte, reproduce y permite conocer y comprender cual ha sido la trayectoria de la educación de los más pequeños los últimos treinta años en nuestro país.
Las maestras explicaron como la necesidad social y el abandono oficial hicieron que la iniciativa ciudadana y profesional creara una escuela para los más pequeños, que en su caso fue para los niños de cinco años, al amparo de la iglesia y en sus locales. A lo largo de estos años fue cambiando su oferta, a medida que las necesidades de la población cambiaban y que la escuela pública acogía los niños de cinco, cuatro y, más recientemente, tres años. Después, cambió de edificio y, el que había sido la antigua escuela unitaria de niñas, ahora acoje los diferentes grupos de cero a tres años.
La escuela cuna ha crecido mucho y continúa gestionada por padres y maestras. Como tantas en nuestro país, tiene pendiente estabilizar su situación presupuestaria. Tras este largo proceso de transformaciones, el equipo se encuentra en condiciones de iniciar una etapa de reflexión, elaboración y consolidación importante a favor de la educación de los más pequeños y su trabajo. Como ya lo ha sido, seguirá siendo un referente para el conjunto de la población.

Cuarto tiempo, relación con el huerto
Sólo un pequeño grupo llegó al cuarto tiempo de la actividad de aquella mañana de sábado. Todo el mundo conoce qué es un huerto, pero son pocos los que se habrán parado a mirarlo a ver qué contiene y como se trabaja. En hacerlo, se pueden descubrir mil y una propuestas, mil provocaciones de actividades que puede ofrecer aquel pedazo de tierra.
El pequeño huerto que visitamos, vimos y pisamos, queda recluido entre unas altas cañas que ahora exhiben bellos penachos. Una vez dentro, las plantas aromáticas y diferentes tipos de calabaceras mostraban generosamente su producción. Al fondo, en cromática armonía, crecían crisantemos amarillos, dálies rosas y una pimentera llena de frutos verdes y rojos.
Tras unas horas de trabajo intensas y, a la vez, pausades, algunos miraban sus calabazas pensando, quizás, como las convertirían en confituras; otras empezaban a hablar de que en la escuela podrían hacer un huerto; otras, que con las calabazas que tenían podían pedir a los padres que los ayudaran a hacer títeres, y los de más allá se quedaron mudos, porqué quizás estaban pensando la manera de transmitir a sus compañeros todo lo que habían visto, sentido y pensado.
Y, así, con las manos y el pensamiento llenos de ideas para llevar a la escuela, se despidieron los grupos de visitantes que un sábado por la mañana invadieron la vida tranquila de aquel pueblo que se encarama por las primeras costas del Garraf.